De tan permanente, la crisis migratoria dejó de tener ese costado de escándalo, quiebre, ruptura o sobresalto que se supone inherente a cualquier situación crítica. De tan permanente, la catástrofe que acompaña a los grandes desplazamientos de personas ya no es novedad sino trágico elemento –uno más– entre los que forman el paisaje conocido. Y las imágenes, impotentes aunque no impasibles, se reiteran. Aquí tenemos a “la Bestia”, vieja conocida de los miles de desesperados que buscan dejar América Central, atravesar México y, desde allí, cruzar la frontera con los Estados Unidos. La Bestia es un tren y es, a la vez, el nombre de múltiples desgracias: vidas que se pierden, cuerpos que se mancillan, dignidades que se rompen en mil pedacitos. Pero los desesperados, a la intemperie en todos los sentidos posibles, porfían; del otro lado, alguna migaja de bienestar quizás les sea concedida.
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