El año que se va deja como legado al que empezará el próximo miércoles un mundo marcado por tensiones que, aunque no son nuevas ni del todo sorprendentes, parecieran potenciarse bajo el auge de posverdades, “batallas culturales”, o discursos negacionistas y relatos que se expanden casi del mismo modo exponencial que la aceleración tecnológica.
La radicalización política y la naturalización de la violencia y los mensajes de odio, que se bajan desde atriles oficiales y se esparcen a través de las redes sociales por personajes entrenados para viralizarlos, impusieron otras reglas de comunicación, o la prescindencia interesada de ellas.
El desarrollo asimétrico de la Inteligencia Artificial augura nuevas desigualdades, pujas de intereses y conflictos en un mundo multipolar, con un Sur Global emergente que quiere hacer oír su voz y aunar disensos como en el Brics ampliado, del que Argentina se bajó con el cambio de mando.
También hay quien, como el actual gobierno de Javier Milei, hizo una ampulosa adhesión incondicional a Estados Unidos e Israel como “faros” de un Occidente que ya no es tal, en una suerte de reedición potenciada de las relaciones carnales de las que su ufanaba en los años ’90 el Ejecutivo presidido por Carlos Menem.
El mundo completa otra ficha de su calendario con conflictos sin resolver, deudas sin pagar y urgencias sin atender que suman incertidumbre. Algunas de ellas tendrán fechas cercanas que pueden convertirse en nuevos hitos, despejar incógnitas o sumar interrogantes y desvelos.
De un año a otro
La guerra en Ucrania; la ofensiva israelí sobre Gaza primero y sobre el Líbano y Cisjordania después, y las amenazas cruzadas con Irán; la caída del régimen de Bachar al Asad y el aún confuso rompecabezas post conflicto en Siria, y los menos difundidos pero igual de devastadores escenarios de combate en Yemen, Etiopía o Sudán, por citar algunos, seguirán activos o latentes en el comienzo de este 2025.
La ofensiva militar ordenada por el presidente de Rusia, Vladimir Putin, el 22 de febrero de 2022, invocando defensa propia contra su vecino y, por elevación, contra las amenazas expansivas de la Otan, se acerca a los tres años de destrucción con múltiples “daños colaterales”.
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, el próximo 20 de enero, podría alterar el curso del conflicto, según expertos que recuerdan que el magnate republicano prometió terminar la guerra en un día, sobre todo por su oposición a seguir destinando millonarios fondos del Tesoro norteamericano a Kiev o a la Alianza Atlántica. Además, desde su victoria de noviembre de 2016 frente a Hillary Clinton y su primer mandato –entre 2017 y 2021– siempre se le endilgó a Trump una cercanía con el jefe del Kremlin, cimentada en un presunto intercambio de favores políticos.
Lo concreto es que ante este inminente escenario de posible cambio de posturas el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, instó a su colega saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y a los gobernantes de Europa, a incrementar el apoyo militar y económico. Sin embargo, mientras Putin perdura en el poder y las sanciones occidentales a Moscú no parecen hacer mella en el exagente del KGB, distintos jefes de Estado del Viejo Continente han visto minar su caudal de apoyo y, en algunos casos, deberán ratificar su continuidad en comicios adelantados.
En Alemania, el Bundestag (Parlamento) acaba de retirar la confianza al canciller Olaf Scholz, lo que confirmó el cronograma de elecciones anticipadas para el 23 de febrero próximo.
En Francia, aunque Emmanuel Macron tiene mandato presidencial hasta 2027, las caídas sucesivas de dos primeros ministros por él designados en medio de un rechazo mayoritario a medidas de ajuste para reducir el déficit fiscal, hacen presagiar nuevas encrucijadas para el actual premier, François Bayrou.
Radicalización de la derecha
En ese contexto de crisis agravada por la guerra ruso-ucraniana el sistema de partidos y fuerzas tradicionales de la política europea también ha sufrido el embate de una derecha radicalizada, de tintes fascistas, con un discurso disruptivo tan falaz como efectivo.
Los partidos que representan a una derecha más moderada, racional o convencional han perdido adherentes frente a ultraderechas a las que luego, en algunos casos, intentan emular para no perder electores. Claro que, puestos a elegir, los votantes suelen preferir originales a copias.
Son los riesgos de adoptar consignas o coquetear con Marine Le Pen en Francia, Santiago Abascal de Vox en España o la Alternativa para Alemania (AfD) por parte de fuerzas que en aras de mantener o recuperar el poder, serían capaces de abjurar de principios fundacionales de la democracia liberal. Una “peligrosa transformación de la derecha convencional”, al decir de Cristóbal Rovira Kaltwasser, politólogo y profesor de la Universidad Católica de Chile, en un artículo publicado por el CIDOB, centro de estudios internacionales con sede en Barcelona.
Mutación que acaba de ratificar el Partido Republicano en Estados Unidos, con la repostulación de un Trump que volverá a la Casa Blanca recargado y con el control de ambas cámaras del Congreso y palpable influencia en el máximo tribunal de su país, apenas cuatro años después de negarse a reconocer su derrota electoral de 2020 e incitar a la toma del Capitolio para impedir la asunción de Biden. Un hecho de violencia contra las instituciones inédito en Washington, que dejó incluso víctimas fatales, y fue emulado en otro enero, esta vez de 2023 y en Brasilia, por una turba de seguidores de Jair Bolsonaro que buscaba derrocar al actual presidente brasileño, Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva.
Un futuro clave y con demasiados “dueños”
Fuera de foco
La segunda toma de posesión de Trump, dentro de tres semanas, contará casi seguramente con la presencia de varios exponentes de esta nueva y variopinta derecha radical o ultraderecha global, de la que el mandatario argentino se autoproclama como un líder planetario. Milei será el primer presidente de nuestro país en asistir a la asunción de uno estadounidense. El gobernante libertario espera que el magnate norteamericano, a quien ya le expresó de modo ostensible su admiración personal, destrabe las negociaciones con el Fondo Monetario y permita la llegada de dólares.
Bolsonaro, quien podría perderse la fiesta por su situación judicial que le impide salir del país, enviaría como emisario a algún hijo de su clan, con la esperanza de obtener al menos una promesa de apoyo de Trump a su declarada intención de regresar al Palacio del Planalto en 2027.
Cada quien mira al 20 de enero según sus propios intereses. Como el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, quien anhela una sintonía fina como la que tuvo entre 2017 y 2021 con Trump, cuando éste ordenó el simbólico traspaso de la embajada norteamericana de Tel Aviv a Jerusalén.
Claro que antes de que los focos del mundo se posen sobre la capital estadounidense, Latinoamérica volverá a ser centro de atención y otra vez el eje pasará por Venezuela. Allí, el 10 de enero está prevista la asunción en la presidencia hasta 2031 del ganador de las elecciones del pasado 28 de julio.
El opositor Edmundo González Urrutia, candidato de la Plataforma Unitaria que se atribuyó la victoria con un 67 por ciento de los votos aquel día, dijo que regresará de España a Caracas para tomar posesión del cargo.
El actual mandatario, Nicolás Maduro, a quien el cuestionado Consejo Nacional Electoral (CNE) proclamó vencedor con el 52 por ciento, en un veredicto que opositores y numerosos gobiernos no reconocen como válido y tildan de fraudulento, anunció que desde este mismo jueves 2 comenzarán movilizaciones populares y actos para impedir cualquier intento de desestabilización promovido desde dentro o fuera del país.
Las tensiones podrían crecer con las primeras horas del nuevo año en un continente que sigue marcado por las profundas diferencias económicas y urgencias sociales y en el que las recetas neoliberales de los ’90, desempolvadas y aggiornadas en Argentina por los libertarios, no parecieron cuajar en otras latitudes cercanas.
La clara victoria de la científica de izquierda Claudia Sheibaum en México, el país más poblado de habla hispana, o el más reciente triunfo de Yamandú Orsi en Uruguay, con quien el Frente Amplio regresará el próximo 1 de marzo al poder tras un intervalo de cinco años, demuestran que la supuesta ola de derecha, o la irrupción de outsiders que imponen su prédica de anti-política, no representan a las mayorías de América latina. Al menos, no por ahora.
Habilidad para sembrar vientos en un mundo cargado de tempestades